¿Cuántas veces hemos pensado o sentido algo y para evitar la confrontación o la incomodidad preferimos no decirlo? ¿Cuántas veces hemos salido de una reunión y nos damos cuenta de que nos callamos algunas ideas por querer evitar alguna discusión?
Esto nos refleja una clara distinción entre las cosas que pensamos y las que verdaderamente llegamos a decir. La diferencia entre ambas puede ser significativa, y precisamente es en esa brecha diferencial en donde podríamos conseguir un aprendizaje de gran valor. Nos han enseñado, directa o indirectamente, a elogiar y a decir lo bueno de las personas para quedar bien con los demás; por lo que está socialmente aceptado hacerlo.
Pero no nos han enseñado a decir las cosas en las que no estamos de acuerdo, y, muchas veces, comportarnos de esta manera en el trabajo, puede poner en riesgo a la organización. En el área organizacional es de gran importancia promover una cultura que impulse a romper con estos miedos y estos diálogos internos. Con esto, no sugiero ir abiertamente expresando todo lo que pensamos o sentimos, ya que si vamos exponiendo nuestra total honestidad al entorno, significaría pasar de un extremo a otro, y no considero que los extremos traigan resultados tan positivos. Siempre es bueno encontrar un equilibrio.
Las organizaciones deberían intentar establecer una cultura de razonamiento y análisis, donde los empleados estén capacitados para generar feedback y que también sean capaces de cuestionar las actividades y objetivos propuestos, para que no sólo se dediquen a cumplir órdenes.
Ahora aparece la duda, si exponer la columna izquierda con las consecuencias de quedar expuestos, tener consecuencias no deseadas de ser mal conceptuados, descalificados, perder el empleo, rotura del vínculo, etc. o si la callo, las consecuencias –aunque aparentemente buenas en el corto plazo- a medio y largo alcance también son negativas y provocaran el mismo resultado.
Frente a la disyuntiva de qué hacer, la propuesta es liderar nuestra columna izquierda con los siguientes cuatro pasos:
Primer paso – Autoconocimiento: es la toma de conciencia. Antes de ser auténtico con los demás uno debe ser auténtico consigo mismo. Este autoconocimiento exige analizar críticamente las opiniones e interpretaciones que tenemos en nuestra columna izquierda, considerando que no es la verdad, sino una perspectiva posible de la situación.
Este análisis se puede realizar pasando por los siguientes puntos:
- “apropiarse” de la opinión reconociendo que es una expresión subjetiva,
- buscar los hechos que la sustentan, identificar y analizar los criterios con los que se comparan las observaciones,
- encontrar el interés o preocupación que hace que la opinión sea relevante,
- estimar las consecuencias para la acción que devienen de esa interpretación, y comparar esas acciones posibles con los valores éticos personales, para elegir un curso de acción y honorable.
Segundo paso – Autoconciencia: es la asunción de la conciencia de que uno tiene la responsabilidad. Hacerse cargo de que uno siempre tiene la posibilidad de responder a sus circunstancias. La clave de la transformación es sentirse protagonista, ser proactivo y encarar el esfuerzo de modificar la conducta propia como palanca para modificar la situación.
Tercer paso – Conciencia: es revisar las propias intenciones respecto de la conversación. La regla de oro a aplicar aquí es: “no hagas a los demás lo que no quieras que ellos te hagan a ti”.
Cuarto paso – Procesar la Columna Derecha del Interlocutor: así como uno puede procesar su propia columna izquierda, también puede procesar las expresiones tóxicas de sus interlocutores y por lo tanto el mismo filtro que uno aplica para refinar su columna izquierda puede aplicarse a las partes “urticantes” de la columna derecha de su interlocutor.
En cada conversación inefectiva hay una oportunidad para el aprendizaje y la transformación. Tal vez la competencia más importante de los seres humanos y de la organización sea la capacidad de “procesar” los errores para convertirlos en oportunidades de mejora, dado que son justamente, la materia prima de crecimiento.